
One Battle After Another: cuando la revolución grita contra muros y silencios
En esta película, no solo se lucha con armas: también con migrantes, prejuicios y heridas heredadas.
Desde la primera situación explosiva en el centro de detención que revela el trasfondo de One Battle After Another, queda claro que Paul Thomas Anderson no vino a regar flores: vino a denunciar. La película va más allá de escenas explosivas; es un espejo que refleja la dura realidad migratoria de Estados Unidos, donde se pretende que “lo americano” sea algo puro, olvidando que ese país está construido sobre la sangre, el esfuerzo y el sueño de latinos, afroamericanos, asiáticos… de muchas naciones.

Cuando el grupo revolucionario French 75 irrumpe en un recinto de detención migratoria —con claras resonancias de las redadas de ICE, la película comunica un mensaje directo: Estados Unidos tiene miedo de sus propios fantasmas. Miedo de quien viene, pero también miedo de lo que ya existe dentro. En ese mundo cinematográfico, “América” no solo desconfía de los migrantes; desconfía de sí misma, de su identidad fragmentada. One Battle After Another no pide permiso para cuestionar esa narrativa dominante.

Y dentro de esa crítica social hay otra línea poderosa: la relación entre padres e hijos. Bob (alias Ghetto Pat) carga con su pasado radical, sus demonios internos, sus decisiones irreversibles, todo mientras protege a Willa. El conflicto no es sólo externo: es íntimo, generacional. Los padres aquí luchan su propia revolución para abrirle caminos a sus hijos, y al mismo tiempo los defienden del frío y despiadado mundo que los acecha. One Battle After Another muestra que la herencia política y emocional no se elige, pero sí se enfrenta.
La película no disfraza su postura: redadas, detenciones, sospechas raciales, cadenas de poder que invisibilizan cuerpos migrantes… todo está ahí para que no miremos para otro lado. Es triste, cruel incluso, pero necesario para poder entender que esto sigue pasando. No se contenta con dramatizar: denuncia. Es cine con urgencia.

Claro, One Battle After Another no es un documental. Tiene estilo, fantasía política, símbolos hiperbólicos. Pero su raíz es real —y eso es lo que lo vuelve potente. Me conmovió, me sacudió, me hizo ver que la lucha no es ficción cuando los muros y los miedos son reales.
POPMAN ya está rompiendo las palomitas de la emoción porque este tipo de cine no lo vemos todos los días. Y yo te digo: si quieres debatir migración, poder, amor roto y esperanza colectiva… acompáñame en Universo de Cinerama a discutir cada escena, cada metáfora, cada acierto.
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